Muchas veces nos preguntamos: ¿debido a la depresión ha empezado a consumir abusivamente alcohol? ¿o acaso es el abuso de alcohol lo que le ha llevado a la depresión?
Los pacientes con depresión abusan frecuentemente del alcohol y otras sustancias. No hay duda de ello, según afirman los expertos. Obviamente, eso no significa que todas las personas con depresión lo hagan.
No hay que olvidar que el síndrome depresivo constituye un trastorno del estado de ánimo que afecta al estado emocional con el que se percibe el mundo.
Entre las numerosas causas de depresión encontramos motivos tan comunes como la sensación de soledad, la melancolía, el desamor, la muerte de un ser querido, una enfermedad o alguna situación traumática. Sin embargo, también podemos situar entre las causas de depresión algunos hábitos que incluimos en nuestra vida sin pararnos a pensar en sus consecuencias, como puede ser el alcohol.
Es importante ser conscientes del riesgo de consumir alcohol de forma habitual y excesiva porque puede acabar destruyendo la vida de quien lo consume y de toda su familia.
Hay casos en los que el abuso de alcohol no es una causa, sino una consecuencia de la depresión. Hay personas a las que les cuesta reconocer que tienen una enfermedad, que necesitan ponerse en tratamiento y que además deben buscar ayuda profesional porque no su puede superar una depresión por uno mismo.
Esas personas que creen que simplemente están tristes, que son incapaces de pedir ayuda, que están en un momento en el que la vida les va mal (pero ya pasará…), tienen una fuerte predisposición a acercarse al alcohol. Y lo único que se consigue así es, sin duda, aumentar la gravedad de la depresión.
El alcohol tiene efectos depresivos (y por eso es muy peligroso mezclarlo con las bebidas energéticas, ya que mezclamos efectos depresivos con estimulantes), pero sin embargo tiene un efecto de estímulo indirecto, que puede que la mayoría desconozca pero si lo sienta.
Lo que ocurre con el alcohol es que altera el correcto funcionamiento de los neurotransmisores, esos pequeños mensajeros cerebrales que lo controlan prácticamente todo, como el pensamiento, el comportamiento o las emociones. El alcohol afecta tanto a los neurotransmisores “excitadores” (como la famosa dopamina, causante de las adicciones y del “efecto recompensa”, o el glutamato, que aumenta los niveles de energía cerebral), como a los neurotransmisores “inhibidores” o depresivos, como el GABA, que reduce la energía y provoca efectos de calma.
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