La enfermedad inflamatoria intestinal (EII) se define como la enfermedad que cursa con inflamación crónica del sistema digestivo pudiendo provocar lesiones digestivas. Tiene carácter autoinmunitario, y se cree que está mediada por cierta predisposición genética, así como por la exposición a diversos antígenos microbianos, alimentarios y medioambientales.
La edad media con la que se manifiesta la patología está en torno a los 20-30 años. Son patologías cíclicas que cursan con periodos de brote y remisión.
Principalmente hablamos de dos:
Algunos factores de riesgo que pueden predisponer a su aparición son: condición genética, patrón dietético, antibióticos y otros fármacos, hábito tabáquico, patrones del estilo de vida, permeabilidad intestinal, estrés, descanso insuficiente….
El diagnóstico debe basarse en la historia clínica del paciente con los respectivos signos y síntomas, endoscopia e histología, estudios de imagen (resonancia magnética o tomografía computerizada) y pruebas de laboratorio (calprotectina fecal, anticuerpos anti-saccharomyces cerevisiae.…)
Aproximadamente el 50% de los pacientes presenta al menos una manifestación extradigestiva, secundarias a la enfermedad per se o al tratamiento recibido (articulares, cutáneas, hepáticas…).
Una de las principales problemáticas a nivel nutricional en la EII es la desnutrición, lo cual compromete la salud del paciente. Esta puede ser multifactorial (disminución de la ingesta oral, malabsorciones, sangrado, déficits nutricionales de hierro, vitamina B12, ácido fólico…). Las deficiencias nutricionales o la incapacidad para mantener un peso adecuado ocurren en el 50-70% de pacientes con enfermedad de Crohn y en 18-62% en pacientes con Colitis Ulcerosa.
Las recomendaciones nutricionales se centran en fomentar alimentos de origen vegetal a la par que reducir ultraprocesados, carnes rojas y procesadas, tanto para la prevención como para el manejo de la patología.
Sabemos que en el patrón dietético en la EII existen nutrientes o alimentos específicos que disminuyen el riesgo de padecerla. Hablamos de:
El incremento del riesgo se asocia con:
La cirugía es uno de los escenarios más frecuentes por los que pasan estos pacientes y los motivos son diversos. Es por ello que las recomendaciones nutricionales en torno a la cirugía, tanto en la preparación a esta como en el post-operatorio, deben individualizarse según el contexto específico donde se tendrá en cuenta el tipo de intervención, las complicaciones y comorbilidades asociadas, patrón dietético previo, tolerancia, medicación… Con una buena alimentación se puede disminuir la aparición de brotes y, por tanto, la afectación digestiva y riesgo de cirugía.
El papel del dietista-nutricionista en el abordaje de esta patología es clave. Se centrará en educar e informar al paciente en lo que a la patología se refiere, valorar el tratamiento y presencia o no de desnutrición y déficits asociados, pautando así la dietoterapia más óptima y adaptada al caso, mejorar el cuadro sintomatológico y atenuar este, gestionar y disminuir los periodos de brote e incluso apoyar en la pauta de soporte nutricional en escenarios donde la vía oral se vea comprometida.
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